Entrevista La Voz, 2007

Entrevista publicada con el título "Me gusta que mis personajes sean más inteligentes que el autor", La Voz, 2007.


Flavio Lo Presti Especial

Es uno de los narradores argentinos más leídos del momento. Define como un policial "abstracto" a su nueva novela, "La muerte lenta de Luciana B.".

Guillermo Martínez es, quizás, el escritor argentino más exitoso del presente. Su novela Crímenes imperceptibles ganó el Premio Planeta 2003, y ha sido llevada al cine por el español Alex de la Iglesia, con un elenco que incluye a Elijah Wood y a John Hurt. Pero Martínez (que abandonó las matemáticas tras el éxito de la novela) prefiere hablar de literatura y no de números de ventas.

La muerte lenta de Luciana B. tiene mucho de las novelas anteriores de Martínez: una prosa prolija y tersa, un mundo dominado por ideas abstractas y un ritmo narrativo pensado para no darle al lector otro respiro que las pausas entre los capítulos. El vértigo arranca en la primera página, cuando una marchita Luciana B. llama a la puerta del narrador (un escritor vanguardista, enamorado del azar) para que detenga la presunta venganza de Kloster (un escritor de policiales y presumiblemente un enamorado del orden).

Kloster recuerda al Roderer de la primera novela de Martínez. También es un genio oscuro y rozado por lo sobrenatural, pero en este caso se trata de una oscuridad "privada". En su vida pública, Kloster es una luminosa celebridad literaria, y ese brillo ha desviado la vista de su posible responsabilidad en la serie de muertes que está diezmando a la familia de Luciana.

–"Crímenes imperceptibles" estaba estructurada alrededor de una serie de asesinatos, y en "La muerte lenta de Luciana B." volvés a explotar el mecanismo. ¿Te sentís cómodo instalado en el terreno del policial?

–En Crímenes imperceptibles la intriga principal eran las conjeturas sobre las posibles continuaciones de la serie. Pero en La muerte lenta de Luciana B. las muertes ya llevan un significado, una intención, que tiene que ver con una venganza. Los mecanismos son muy diferentes. Lo que sí tienen en común los dos libros es el contraste de posibles hipótesis a partir de una sucesión de hechos. Y cómo aquello que en principio es sólo una posibilidad, una figura mental, puede acabar por dar forma a la realidad. La muerte lenta de Luciana B. me parece a mí en todo caso un policial "abstracto", en el sentido de que traté de quitar de en medio todas las incomodidades que derivan de una investigación policial: inspectores, evidencias materiales, exámenes forenses... Lo que me interesa en todo caso del género policial es que el lector sabe desde el principio que tiene que leer "más allá" de lo que dice el texto, para formarse su propia versión. Por eso digo que esta novela se parece, para mí, más bien a un relato de ambigüedad como los de Henry James, sólo que en vez de matrimonios hay crímenes. No me siento para nada "instalado" en el género, mis próximas novelas tendrán registros muy diferentes.

–La nueva novela tiene varios elementos de tus novelas anteriores: la serie de crímenes, escritores enfrentados, la amenaza de lo sobrenatural. ¿La pensaste como una especie de "summa"?

–Esta novela iba a ser en principio un cuento de unas 40 páginas, pero se fue expandiendo a medida que la escribía. Los temas y subtemas aparecieron de una manera, para mí, bastante natural y sólo cuando terminé me di cuenta de que verdaderamente era algo así como una síntesis de los mundos de mis tres novelas anteriores. A la vez, desde lo formal, es muy distinta y fue, para mí, una experiencia difícil y novedosa: el peso de la narrativa está en los diálogos y la estructura es casi la de una obra de teatro.

Intensidad de ideas

–Con Kloster aparece también una figura recurrente en tus libros: una especie de "freak" del conocimiento, un tipo de personaje al borde de una verdad inhumana.

–Me gusta que los personajes de mis novelas estén vinculados de un modo u otro a la búsqueda del conocimiento y pertenezcan a la esfera de lo intelectual. Sobre todo, que sean más inteligentes que el autor. Como lector, me fastidian los personajes retratados desde el paternalismo, que son inferiores intelectualmente al autor. No creo por otra parte que esto los convierta en freaks, sino, simplemente, que no es habitual en nuestra época el apasionamiento y la intensidad de ideas: mucho más común es el escepticismo automático, que puede hacerse pasar fácilmente por inteligencia.

–Los personajes, además, imponen un tipo de relación dominada por la envidia, componente que redobla la tensión del relato.

–En Acerca de Roderer la relación es de admiración-recelo y también en La mujer del maestro la relación es sobre todo admirativa. La envidia es un matiz deliberado para dar una tensión dramática y no recaer en la admiración ingenua y rendida tal como ocurre con el narrador de Doctor Faustus. En Crímenes imperceptibles no creo que aparezca ningún elemento de envidia y tampoco creo que sea la envidia lo que domina la relación entre el narrador y Kloster de La muerte de Luciana B. En esta novela hay más bien una contraposición de estéticas y fuerzas en igualdad de condiciones.

En el campo argentino

Hablando de contraposición de estéticas, en La muerte lenta de Luciana B., la protagonista alude a "la discusión del café con leche". El lector que ha seguido las recientes polémicas del campo literario argentino recordará la que involucró, entre otros, a Damián Tabarovsky y al mismo Martínez, disparada por la publicación de un libro de ensayos del primero: Literatura de izquierda. El volumen de ensayos de Tabarovsky se abría evocando la reticencia de Alejandra Pizarnik a escribir novelas: Pizarnik no quería que los personajes se ofrecieran tazas de café con leche, una versión argentina de la desconfianza de las vanguardias frente al prosaísmo de los géneros narrativos.

–La referencia a "la discusión del café con leche", ¿es un guiño recordando la polémica? ¿Qué saldo te queda de ese intercambio de asperezas?

–Una de las cosas que yo decía en esa discusión es que cualquier escritor con suficiente imaginación puede concebir 99 novelas distintas, como en los Ejercicios de estilo, de Queneau, en que la frase del café con leche cobre nueva vida y esplendor. Por ejemplo, una en la que la taza estuviera envenenada y en la respuesta trivial sí o no se jugara una vida. Cuando escribí esta frase ya empecé a imaginar una novela así y me pareció divertido incluir una muerte con una taza de café con leche en ésta. Por lo demás, en La muerte lenta de Luciana B., el narrador está en las antípodas de mis ideas sobre literatura y repite algunos de los clichés del repertorio "vanguardista" que ya cumple 100 años. Lo que me pareció más interesante de esa discusión fue la posibilidad de enfrentar lo que se erigió durante muchos años en la Argentina como el discurso crítico único, construido en base a mitologías, clichés, enfrentamientos patéticos del tipo Aira contra Borges y frases a primera vista ingeniosas y a segunda vista irrisorias, como "primero publicar y después escribir" o "para un escritor, mejor prometer que realizar". Tengo la sensación de que últimamente empieza a correr otro aire.

–En medio de la discusión, y apoyándote en el éxito, ¿no te sentiste tentado de escribir un libro "fuera de control"? ¿Un libro en la vereda opuesta de tu literatura?

–Creo que todos mis libros son muy diferentes entre sí, a pesar de que haya intersecciones en cuanto a los temas. Y no sé todavía cuál es "mi" literatura, tengo varios otros registros todavía por ensayar. Por otra parte no creo que haya ninguna literatura totalmente "fuera de control". Supongo que en la vereda opuesta están las novelas sin tramas, sin personajes, sin ideas, orgullosas de su banalidad y de estar "mal escritas". Pero esta clase de novelas me parece a mí demasiado fácil, y ya muchos seguidores de Aira se están ocupando de hacerlas.

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