Los diarios / James

Los diarios
Henry James
Perfil, 180 páginas, 1998.
Publicada en La Nación con el título "Figuración o muerte", 1998.

   Se ha dicho, suficientes veces, que el arte de Henry James reside sobre todo en la hondura y delicadeza con que pulsa la psicología siempre elusiva, siempre compleja de sus personajes. "Llego más allá del laboratorio del cerebro", fue una de sus últimas frases. Sin embargo también había en James, que tuvo durante toda su vida como maestro a Balzac, un oído atento a los cambios imperceptibles, todavía incipientes, en la escena social y al surgimiento de nuevos tipos humanos: Las Bostonianas tiene como trasfondo el inicio en Norteamérica de las luchas feministas y Los tesoros de Poynton registra una pasión entonces recién inaugurada, la codicia por los muebles y objetos antiguos. La mayor parte de las veces estas "novedades" en la comedia humana eran sólo disparadores, el detalle curioso, el germen, como él prefería decir, de historias que se levantaban muy por encima del apunte original.

En octubre de 1901, cuando ya vivía en Lamb House, su casa junto al mar en Rye, ingresa en su cuaderno de notas algo que había oído sobre un hombre que contrata a las "agencias de recortes" para que rastreen todas las menciones de su nombre en los diarios, sólo para descubrir que no aparece nunca. "Yacen aquí, me parece, posibilidades terriblemente prometedoras", escribió en la misma nota. Un año después, ese apunte daría lugar a Los Diarios ( The Papers ), que James dictó a su secretaria mientras corregía las pruebas de Las alas de la paloma y que publicó en 1903 dentro del libro La mejor clase (que incluye otros dos relatos extraordinarios: "La bestia en la jungla" y "El lugar de nacimiento").
    Curiosamente, quizás porque James no incluyó Los diarios dentro de la edición de Nueva York de sus obras completas, el texto permaneció olvidado hasta su rescate reciente, en que resurge como un verdadero hallazgo, con una vigencia y una actualidad perturbadoras. La traducción al castellano, para mayor felicidad, es de Elvio Gandolfo, a quien también se debe el excelente prólogo. La idea principal de la novela (así, por pares simétricos, funciona con frecuencia la imaginación de James) se opone exactamente a la de aquel primer apunte: es acerca de un hombre absolutamente célebre, que siempre está presente en todos los diarios ("las letras, en la mano del tipógrafo, forman solas su nombre, por la fuerza de la costumbre") y a quien el escritor imagina obligado a buscar "por algún motivo imperioso, el aislamiento, el perfil bajo, ocultarse como un hombre buscado, pero perseguido todo el tiempo por el resplandor sensacionalista que él mismo desencadenó". Una idea, dice, estableciendo con ironía sus niveles, "demasiado buena para el teatro, aunque no lo bastante buena para un cuento, por lo que podría servir para una novela".
    Pero como ocurre siempre con las novelas de James -como él mismo explicó pacientemente a los que ya entonces gritaban "¡Lo importante es la historia!"-, el tema no es lo que verdaderamente cuenta, sino la ejecución, la forma, el soplo de vida, que el artista logra dar a su obra. La aguda definición del periodismo en su más pura esencia que desliza en Los Diarios -"una columna hecha con nada, una tortilla improvisada, por decirlo así, sin romper ni siquiera el par de huevos que constituyen su precio mínimo... sin materia, sin pensamiento, sin una excusa, sin un hecho, y sin embargo al mismo tiempo sin ser totalmente una ficción"- podría leerse igualmente, hasta cierto punto, como una metáfora de su propio arte.
    Los Diarios está escrita en el período en que el estilo de James había llegado a un paroxismo de complejidad, en una época particularmente interesante de su vida. Atrás, pero no tan atrás, había quedado el fracaso escandaloso de su experiencia teatral, con la humillante rechifla en el estreno de Guy Domville . James vuelve a recluirse en sus novelas, en un estado de "turbación" que León Edel, su biógrafo exhaustivo, atribuye en primer lugar a su sensación de ser un autor malentendido. Sus libros no tenían gran repercusión; los críticos se burlaban de sus "ninfas bostonianas que rechazaban a duques ingleses por motivos psicológicos" y preferían, igual que el público, las novelas "crudas", o de aventuras, de autores populares a los que James retrata con gentil desprecio en La próxima vez . Tiempos bárbaros y lejanos en que los autores mediocres de best-sellers dominaban la escena literaria y desplazaban al margen a los escritores auténticos. En esos "años difíciles" James escribe su serie de cuentos sobre la vida literaria iniciada con "La figura en el tapiz", en la que su alter ego , Hugh Vereker, se queja de la "tontera habitual" de la crítica, que no alcanza a discernir el secreto profundo, la "fórmula general, el orden exquisito" que rige sus libros.
    ¿Cuál era en todo caso la figura que James hubiera querido que vieran en su propia obra? ¿Qué hubiera esperado escuchar él de los críticos? Posiblemente muy poco, una sola línea, la distinción elemental: el reconocimiento de que entre todos los que simplemente escribían novelasâ él estaba fundando el arte de la novela y -podemos agregar ahora- llevando ese arte a una de sus cimas más altas. O quizá, como arriesga Edel, las mismas palabras que James dedica en Los papeles de Aspern a su escritor ficticio: "En un período en que Norteamérica era desnuda y cruda y provinciana, cuando la famosa "atmósfera" de la que se supone que carece ni siquiera era extrañada, cuando la literatura era solitaria y la forma y el arte casi imposibles, él había hallado el modo para vivir y escribir como uno de los primeros, para ser libre y no temer a nada, para sentir, entender, y expresarlo todo".
Resonancias de esta falta de reconocimiento, que James siempre pudo filtrar con humor, se encuentran todavía en Los Diarios , transfigurada satíricamente en la búsqueda de notoriedad a cualquier precio de los distintos personajes. También están los rastros de la experiencia teatral, el drama llevado al interior de la novela, en el andamiaje de largos diálogos que sostienen las distintas escenas. Como una curiosidad, los dos personajes principales, por una vez, son pobres, y esa pobreza está retratada de una manera sencillamente magistral en la primera página que es, por sí misma, una lección de literatura.
    Que James no haya incluido Los Diarios en sus obras completas -dice Gandolfo en el prólogo- en principio no significa nada. Para entender esto debe recordarse que la admiración de James por Balzac lo llevó a concebir la edición de Nueva York en una colección estricta de veintitrés volúmenes, los mismos que tenía la edición de La comedia humana que él había leído. Una vez incorporadas sus novelas más largas, simplemente le faltó espacio. Se extendió de mala gana a un volumen más. Pero afuera quedaron también Las Bostonianas , Washington Square , Los Europeos y casi todos sus cuentos norteamericanos. A la muerte de James -y más allá de las notas necrológicas de gran extensión- se descubrió que muy pocas de sus novelas estaban a la venta, y que sólo quedaban disponibles las obras incluidas en esos veinticuatro tomos.
     La recuperación de Los Diarios tiene así algo de milagroso y, frente a la posibilidad de escuchar otra vez al maestro, podemos dejar a la tontera habitual de la crítica determinar si está un peldaño más arriba o más abajo que el resto de su obra. La figura en el tapiz difícilmente tiene la linealidad de una escalera.


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