A paso de cangrejo / Grass


A paso de cangrejo
Günter Grass
Alfaguara, 244 páginas, 2003.
Publicada en La Nación, 2003.

   Hay en la tradición literaria dos métodos principales para la difícil tarea de resucitar un período histórico. El primero es intentar narrar el todo y entretejer personajes e historias en distintos planos, abarcando tanto las inmediaciones del poder como las vicisitudes de las vidas cotidianas para dar una ilusión de completitud. Así ha hecho por ejemplo Mika Waltari en Sinhué, el egipcio, así Yourcenar en Memorias de Adriano, así están escritas Ben Hur, Espartaco y en Latinoamérica las novelas de dictadores, desde El señor Presidente hasta La fiesta del Chivo.
   El segundo acercamiento, que nuestra época considera más sutil, es identificar una parte en apariencia infinitesimal del todo, un hecho singular, modestamente apartado, que contenga sin embargo el cruce de todas las conexiones críticas, el nudo esencial de relaciones, para derivar por sucesivas magnificaciones, como quien acerca una lupa o desenrrolla un hilo, la Historia concentrada en la pequeña historia. En nuestra literatura reciente, así procedió Esteban Buch en O juremos con gloria morir para contar toda la historia argentina a través de la serie de mutilaciones en el Himno Nacional y otra vez en The Bomarzo Affair, para recrear la dictadura de Onganía a partir del único episodio de la ópera censurada.
   Este segundo método es también el que elige Günter Grass en A paso de cangrejo para referirse al nazismo, a la larga y larvada persistencia del nazismo en la Alemania de posguerra. El hecho emblemático que pone bajo la luz es el hundimiento del buque Wilhelm Gustloff en 1945, al final de la guerra, por torpedos soviéticos, un hecho que ninguno de los dos bandos dio a publicidad. Los alemanes, para no minar la moral de la población y los rusos para no difundir la cantidad de civiles inocentes que murieron ese día.
   La historia del buque lleva en sí la adecuada carga de simbolismos: el nombre corresponde a uno de los primeros líderes del emergente Nacional Socialismo, asesinado en un atentado por un judío solitario que leía correctamente el futuro. El buque se usó durante el imperio de Hitler para llevar de vacaciones a los trabajadores alemanes; fue un experimento fugaz de borrar a bordo las distinciones de clases y parte del proyecto propagandístico “Al poder por la alegría”. Durante los últimos tramos de la guerra sirvió de transporte a las tropas alemanas y en el viaje trágico convivían militares y refugiados civiles.
   Günter Grass es consciente del peligro de similitud con el hundimiento del Titanic tal como lo contó Hollywood y declina con buenos argumentos la posibilidad de inventar historias patéticas de amor o recrear de una manera convencional una “muestra” de personajes dentro del buque. En vez de esto imagina que una de las sobrevivientes dio a luz a un niño en esos minutos finales, un niño que encontramos al principio del libro convertido en un periodista mediocre y que llevará sobre sus espaldas el mandato materno, monótono y obstinado, de reconstruir la historia. Pero este “contar desde afuera” lo deja a Grass frente a un difícil problema, que nunca llega a resolver del todo, para dar interés literario, más allá de lo documental, a su relato.
   En busca de datos, navegando por internet, el periodista se encuentra con un sitio neonazi y descubre que su propio hijo adolescente ha tomado  por sí mismo, con letra de su abuela, el episodio que él se resistía a contar y está erigiendo, con detallismo obsesionado, el mismo viejo y fatigante odio. Tiene en la red un oponente, casi una reencarnación fantasmática de aquel judío solitario y de este modo se abre paso el verdadero tema del libro: la lucha por la apropiación del discurso sobre la historia.
   Los personajes, sin embargo, no logran perfilarse más allá de lo ideológico de una manera convincente y la novela -abrumada hasta la exasperación de datos y precisiones- se convierte en una puesta en escena de las conocidas preocupaciones políticas de Günter Grass. Interesante quizá desde un punto de vista sociológico para asomarse a otra sociedad que -como la nuestra- aún no logró hacer las paces con el pasado, pero lejos de la gran literatura de quien una vez escribió El tambor.
   Traducción de Miguel Sáenz, a la que uno finalmente se acostumbra.

Volver a Reseñas