Sobre Infierno grande

POSTFACIO A LA EDICIÓN ALEMANA


   Thomas Mann dijo alguna vez que una de sus felicidades más grandes como autor era la de haber escrito en todas las etapas de su vida. Yo también, al reunir estos cuentos, puedo ver el caleidoscopio de edades y de experiencias y siento la misma clase de felicidad, con algún elemento de nostalgia, al comprobar que todavía permanezco y me reconozco, lejanamente, en estas historias.


   Uno de los primeros relatos (no diré cuál) lo escribí a los catorce años. Uno de los últimos, hace unos pocos meses.  Bajo el título Infierno grande, los primeros diez cuentos de este libro fueron mi  aparición inicial en la literatura argentina. Quise mantener para esta antología el título original de ese libro, que se publicó por primera vez en 1989. Después, con el paso de los años, nunca dejé, en el fondo, de escribir cuentos. Tres de mis novelas posteriores fueron inicialmente relatos, que imaginaba de treinta o cuarenta páginas, y que poco a poco se expandieron. Pero conservan en su estructura, más allá de la longitud, algo del vuelo de flecha, de dirección única y apremiante que marca el género. Nunca dejé, tampoco, de concebir mis ficciones como suelen hacerlo los cuentistas: imaginando primero el final y, sobre todo, el momento de quiebre, esa torsión de elementos de lo real y cotidiano hacia lo oscuro, lo imposible, o lo extraño, que convierte al cuento en pariente íntimo del acto de ilusionismo. Los ocho últimos relatos de esta antología pertenecen a un segundo libro de cuentos en preparación, con historias  de sexo y muerte, cuyo título provisorio es Los reinos de la posición horizontal. Al releerlos ahora todos juntos, tiendo a creer, con William James, en cierta continuidad del yo, que se percibe en las recurrencias y las pequeñas manías. Quizá la más notoria es la repetición de peluqueros y peluquerías. Siempre me pareció que el espejo de una peluquería, por imprevisto, por menos asiduo que el del propio baño, nos dice cada vez algo nuevo a descifrar sobre el paso del tiempo en nuestras caras. Las reediciones, las antologías, son, en el fondo, como esos espejos, la posibilidad de vernos de pronto y a la vez tal como somos y fuimos.

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