Sobre Lo que toda niña debe ver

Publicado en Verano 12, Página 12, enero 2011.

   En el año 2002 participé del International Writing Program, en la ciudad de Iowa, junto a unos cuarenta escritores de distintas partes del mundo. Aunque Iowa es una ciudad de estudiantes, donde nadie parece tener más de veinticinco años, después de las diez de la noche no había muchos lugares abiertos. Algunos íbamos a uno de los pocos bares nocturnos, el Foxhead, a tomar cerveza y jugar al pool. Una vez, después de demasiadas rondas, tuve que entrar al baño minúsculo. Allí, entre los dibujos en la pared que podían entenderse en cualquier idioma, un poeta anónimo había dejado una inscripción:

How strange reality is
Why people do not go around
in continual state of amazement
is beyond me.

   La anoté mentalmente, línea por línea, y me propuse teletransportar en algún relato ese baño y esa inscripción a la Argentina. Me olvidé después por mucho tiempo del asunto, hasta que escuché, en un café de Colegiales, una conversación de dos mujeres entre risas sofocadas: No, no, decía una, tiene que ser el pájaro verdadero, con todo su plumaje. Y a lo que argumentaba la otra, que yo no alcanzaba a escuchar, sólo repetía, moviendo la cabeza con un gesto melancólico, como si fuera un dilema sin solución: Está por cumplir dos años y todavía ni sabe que existen.
   El tercer elemento del relato proviene del fondo de mi infancia: es el famoso cuadro de Goya, Saturno devorando a un hijo, en que el dios del tiempo alza hacia su boca pavorosa lo que queda de un cuerpo decapitado; lo vi por primera vez en la tapa de un libro que había en la biblioteca de mis padres, un libro bastante aterrador que se llamaba La universalidad del filicidio.
   Así, ya lo tenía todo: un chico joven, desprevenido, que busca en la calle, muy tarde, un rincón oculto para una necesidad natural y sin saberlo está por ser atrapado en una aventura equívoca, que lo convertirá en una clase imprevista de héroe. Quizás, en el curso de esa noche, le cambie para siempre la vida.
Porque, debo decirlo, siempre coincidí con ese poeta desconocido del graffiti. Sí, qué extraña es la realidad. Es continuo asombro, y la pequeña parte de ese asombro que transferimos al papel es lo que llamamos ficción.


Este relato integra un libro de cuentos en preparación, que se titula, provisoriamente, Los reinos de la posición horizontal.

Volver a Artículos