Un minuto sobre Gombrowicz (Para la presentación de la revista Witolda, octubre 2017)


Llegué a los primeros libros de Gombrowicz a través de mi padre, que leyó inicialmente Ferdydurke y me lo pasó como un libro “difícil y diferente”. En esa época, alrededor del 85, yo estaba recién instalado en Buenos Aires y se publicaron varios de sus libros en Seix Barral. En cada viaje que hacía a Bahía Blanca mi padre me encargaba uno y yo los leía antes de llevárselos. Valoré y descubrí (o creí descubrir) una cantidad de cuestiones, como la recurrencia de menciones y procedimientos de la dialéctica [Ver "Gombrowicz, escritor de la dialéctica"]. Leí bastante después su Diario, que me agregó una dimensión filosófica muy personal y aguda en varios temas, por ejemplo, los límites de la compasión en su parábola tragicómica sobre los escarabajos en la arena, o sus reflexiones sobre por qué lo monstruoso se volvió aceptable durante Hitler, en línea con las ideas pioneras sobre dominación y obediencia a la autoridad del psicólogo conductista Stanley Milgram, y que Gombrowicz resumió magistralmente en lo que es casi un teorema del mal: “Yo mato porque tú matas y porque él mata. Tú y él y todos ustedes torturan, pues yo también torturo. […] el pecado es inversamente proporcional al número de gente que lo comete”.
Releí, no hace mucho, casi todas sus novelas, y volvió a deslumbrarme como una gran personalidad literaria y un escritor verdaderamente original –esta última la categoría quizás más exigente en literatura–. Es además un buen ejemplo de que se puede, también en nuestra época, “escribir contra todo lo escrito”.