La narración-objeto / Saer

UNA FORMA SUPERIOR DE LECTURA

La narración-objeto
Juan José Saer
Seix Barral, 206 páginas, 1999.
Publicada en La Nación, 1999.

   Hay dos ideas nítidas y cortantes de Saer en el prólogo de este libro de ensayos que podrían recogerse como un programa y como un llamado de atención para la crítica literaria contemporánea. La primera alumbra sobre el papel que debería cumplir la crítica, "en la actualidad más necesaria que nunca", con respecto a lo que se ha dado en llamar mercado literario y que Saer describe como el "tráfico masivo y a la vista de todo el mundo, entre la gente honrada pero desprevenida, de mala literatura". La crítica, sostiene Saer, es un obstáculo para oponer a la pretensión autonómica de la sociedad mercantil, que preferiría reducir el arte a su éxito comercial y consagrar libros y autores de acuerdo a un supuesto respeto por la masa de compradores antes que por los análisis, las distinciones y el ejercicio -tantas veces incómodo- del rigor intelectual.
   La segunda idea, en realidad derivación de ésta, es que la crítica es (debe ser) una "forma superior de lectura". Más alerta. Más activa. Capaz, justamente, de separar bandos y discernir la pista del arte en ese persistente malentendido que junta en las librerías, bajo el nombre benévolo de libro, objetos tan extraños entre sí.
    A lo largo de La narración-objeto Saer ensaya sin concesiones esta forma superior de lectura y llega a un momento particularmente interesante -y polémico- en el ensayo Borges como problema. Luego de separar otra vez dos niveles y observar que la "religión popular que existe en torno a Borges" parece arrastrar incluso a especialistas y estudiosos serios a la aclamación universal e indiferenciada de toda su obra, Saer propone su propia valoración y centra el interés principal en los libros que Borges publicó entre 1930 y 1960, un período abierto con Evaristo Carriego y cerrado con El Hacedor. Analiza luego la contradicción entre el estilo borgiano, anticlásico por excelencia en los momentos más logrados, y los intentos posteriores de limar estridencias y aún corregir su escritura para forzarla a moldes clásicos, en una viaje a la sobriedad que lo llevó finalmente -apunta Saer con agudeza- más que a la simplicidad, al simplismo. Más discutible es la reprobación del Borges ensayista. La contracara de cierta agresividad que Saer señala en la forma en que Borges hace caer "figuras ilustres bajo sus proyectiles" es la afirmación de una identidad literaria sin complejos, que daría lugar a textos decisivos como El escritor argentino y la tradición; sin contar con que Borges alcanza en sus ensayos páginas de una rara belleza intelectual, y de profunda originalidad, que no se pueden separar, sin violencia, de lo mejor de su literatura.
    El segundo ensayo de fondo, Tradición y cambio en el Río de La Plata, puede verse justamente como una prolongación de aquel texto fundacional de Borges, con un énfasis algo mayor por tener en cuenta ambos términos -lo universal pero también lo local- y rastrear su influencia mutua y constante en nuestra literatura. En La cuestión de la prosa, Saer sostiene que la novela es entre todas las artes la más atrasada y compara su evolución con la de la poesía, que se habría liberado de servidumbres ideológicas a costa de sacrificar a sus lectores; reaparece aquí al borde de una tesis, o de un callejón sin salida, el tema de los niveles de lectura. Menos filosos, pero igualmente interesantes son Líneas del Quijote, en que se comparan las poéticas del Quijote y de la obra de Kafka; El Silenciero, su ensayo reciente sobre la obra de Antonio di Benedetto, y los textos sobre Faulkner y Katherine Anne Porter. Poderoso, franco, con líneas argumentales claras y varias invitaciones a la polémica, el libro se cierra con dos notas aparecidas en periódicos sobre la escritura de La pesquisa y Las nubes y con una serie de apuntes que dejan ver la trastienda de las inquietudes intelectuales de uno de los más grandes escritores argentinos.

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