Sobre Roberto Mansilla


   Del mismo modo que hay rubias y rubias, y después está Marilyn Monroe, hay magos y magos, y después están los magos de verdad, los que guardan y propagan en el tiempo el arte más secreto y misterioso. Roberto Mansilla es sin duda uno de ellos. Ante cada una de sus ilusiones el ojo se rinde, primero a la elegancia, después a la naturalidad, para terminar aceptando -la navaja de Ockham hecha boomerang- que la única explicación posible es la verdaderamente imposible. Hay algo en la aparente sencillez inocente de cada número, en la predilección por lo elemental y lo desnudo, que vuelve todavía más intrigante cada efecto maravilloso, como si Mansilla profesara una estética de mínimos presupuestos y máximos alcances. Pero en el escenario, lejos del cálculo o el desafío, su actitud frente a los prodigios que muestra recuerda todavía la felicidad del niño que jugó a ser aprendiz de hechicero y que asiste, con el asombro de la primera vez, a la comprobación de que la magia sucede. De que sucede frente a sí y frente a nosotros, como otra fuerza de la naturaleza, más recóndita y dislocada, que se manifiesta y se despliega dócilmente en el movimiento de sus manos. Hay magos y magos. Mansilla es uno de los imprescindibles.

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